La puerta se cierra y ve que está ahí, esperando como siempre. Transporta el aire el perfume a través de la cerradura. La llave está quebrada y el aroma alborota sus nervios. La manija se mueve desesperada hacia abajo, hacia arriba, hacia abajo... la sangre fluye bajo la puerta y el aroma a perfume se transmuta en olor a putrefacción. Solo queda el zumbido de las moscas eternas sobre su cuerpo que hieren sus tímpanos. Siempre desde el otro lado de la puerta.
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